La importancia de saber elegir


El efecto Mariposa en la educación

 

En los años setenta un meteorólogo quiso desarrollar un modelo para predecir el clima. Hizo muchas ecuaciones y empezó a trabajar con ellas. Como sus ecuaciones originales eran complicadas de calcular, redujo los seis decimales iniciales con que operaba a tres, para que las computadoras de la época fueran capaces de trabajar. Esperaba que el error de hacer este pequeño ajuste fuera muy pequeño pero a la hora de ver los resultados comprobó que no se parecían en nada a los originales. La pequeñísima diferencia inicial de quitar tres decimales se convirtió a la hora de la verdad en una gran diferencia. Nació así la Teoría del Caos.
Y ahora me vais a preguntar ¿y qué tiene que ver el Caos con la escuela donde va a estudiar mi hijo? Al fenómeno que describo arriba se le denominó El Efecto Mariposa haciéndose eco de un viejo proverbio chino que aseguraba que: «El aleteo de una mariposa en una parte del mundo es capaz de provocar un tsunami en la otra punta del mundo».

La física comprueba así algo que ya sabíamos casi desde siempre: que las revoluciones empiezan desde abajo, que son los pequeños cambios sumados los que ocasionan los grandes cambios. Rosa Park decidió un buen día que ella también estaba cansada y que no iba a ceder su asiento del autobús a un pasajero blanco de Montgomery. Eran los años cincuenta y ese acontecimiento fue el principio del fin de la segregación racial en Estados Unidos. Del mismo modo podemos poner inicio a la Independencia de la India, el fin del Apartheid en Sudáfrica y mil cosas más.

Cuando hablamos de crianza, hablamos de esas pequeñas diferencias que generan grandes cambios porque ¿cómo de grande es la diferencia entre dar teta o biberón, entre dejar llorar a un niño o acunarlo, entre darle un abrazo o un regaño, entre obligarlo a que se termine las espinacas o respetarle el que deje el plato lleno? Y sin embargo, esas minúsculas diferencias son las que van formando poco a poco la personalidad de nuestros hijos. Y seguramente para ellos fue importantísimo en sus vidas un detalle que para nosotras pasó desapercibido, y algo en lo que pusimos todo el esmero del mundo no significó nada. Cuando yo era niña de vez en cuando mi padre me llevaba a tomar café. Entonces me soltaba el periódico deportivo mientras él leía las noticias del otro periódico. Siempre me molestó que hiciera eso y cuando hace poco tiempo se lo recordé no sabía de qué estaba hablando.

Pero sigo sin hablar de la escuela, ¿verdad? Dice John Briggs que lo imposible es algo que nosotros hacíamos de forma natural cuando éramos niños. Después crecimos dentro de un mundo conceptual más rígido en el que las fronteras eran absolutas y lo imposible quedó encerrado en un compartimento separado de lo práctico. Pero el mundo real fluye y cambia, por más que el cambio sea «imposible». Afortunadamente los niños hacen posible lo imposible, es el niño que llevamos dentro y que se revela ante el «no se puede» el que logra los cambios, desde dar pecho a nuestro hijo hasta llegar a la Luna.

Yo creo que la escuela debe ser un lugar donde haya un espacio para soñar, para crear y sobre todo, para divertirse. Si aprender no es divertido, si no es un reto, si no se nos respetan nuestros propios ritmos, entonces deja de ser un juego y pasa a ser un tormento.

Si la escuela le da más importancia a la forma que al fondo tenemos un problema. Si es más importante la caligrafía que los conceptos que describe un niño, si es más importante que los colores sean los «apropiados» a que se exprese la creatividad, si son más importantes los uniformes, los ritos, las festividades y la puntualidad que el compañerismo, la solidaridad y la justicia hay un problema. Si al niño no le dejan entrar por llegar cinco minutos tarde o por no llevar el suéter del uniforme (cuando el responsable de que el niño sea puntual es el adulto) no le enseñamos puntualidad, le enseñamos injusticia. Cuando a un niño le regañan por ayudar con la tarea a un compañero, no le enseñamos a esforzarse, le enseñamos a ser individualista y poco solidario.

Por supuesto que aprender a leer, a sumar, a restar, la geografía o la historia de un país es necesario. Pero bien que mal lo van a hacer. Lo que hay que ver es qué le van a enseñar junto con eso, cómo le van a enseñar las capitales del mundo, o cuántas aburridas planas va a tener que hacer con la Q porque no le sale en manuscrita, qué visión de la historia le van a enseñar (o si le van a enseñar a tener la suya propia), si le van a enseñar a pensar aunque no esté de acuerdo con el profesor o a memorizar sin cuestionar. Esas pequeñas diferencias serán el tsunami en la vida de nuestros hijos en el futuro. Según aprendan podrán aplicarlo, podrán vivirlo, con o sin traumas, con o sin ganas de compartir lo sabido. Claro que ellos serán los que elijan cómo van a vivir su vida de adultos, pero lo harán en buena medida a partir de esas pequeñas herramientas que les demos hoy.

Antes yo preguntaba en las escuelas por los programas académicos, por el material que tienen, por las teorías educativas, la experiencia de los maestros… Hoy lo sigo preguntando, pero no es ésa la información que busco recabar. Me interesa cómo es la maestra, cuáles son sus aficiones, si es o no religiosa, si tiene o no visión crítica de lo que ve a su alrededor, si es dogmática o tolerante…

Hace unos meses me preguntaron por qué le daba tanta importancia a la escuela de mis hijos. La respuesta es muy sencilla: hice cuentas. Pasan más horas despiertos en ella que conmigo. Los adultos de los que se rodean, los compañeros que tienen son su mundo sin mí, en el que yo casi no puedo influir salvo, gracias al Caos, por el Efecto Mariposa. Sé que la elección de la escuela es un cambio que puede marcar la diferencia en sus vidas por eso tengo tanto cuidado, no sólo con la escuela, sobre todo con los maestros que son los que van a estar con ellos.