María y Julio: jugar juntos.


Desde que Julio nació estuvo conmigo bien pegadito en la mochila. Siempre me recuerdo a mí misma hablándole y cantándole, explicando qué es lo que hacía o qué era lo que veíamos en la calle.

Cuando ya era más mayor y podía sentarse, siempre intenté, en la media de lo posible, integrarlo mediante el juego en las cosas que yo hacía. Y así empezamos a jugar con los palillos de la ropa, a que me los diera por colores o por números, a sacarlos y meterlos del cubito de las pinzas.

Luego vino nuestra «gran pasión»: la cocina. Julio empezó metiendo las manos en los botes de legumbres y de arroz (total, luego el agua hirviendo mata todos los bichos jejeje), cogiendo con sus manitas la pasta, ayudándome a echar las cosas que yo picaba a la olla o removiendo con la cuchara de palo cuando no era peligroso. Ahora ya sabe cortar con cuchillo, me ayuda a batir con la batidora, a echar las cosas en la sartén con aceite sin quemarse y sin que salpique. Le encanta hacer bizcochos (vaya yo le pongo los ingredientes medidos y él los va echando según mis instrucciones) majar las especias, rebozar pescado o hacer bolitas de carne y pasarlas por harina. Y, evidentemente, no sólo aprende a cocinar, sino que, según mi modo de ver, estamos jugando a hacer «magia potagia» en la olla, como él dice. Eso sin contar con la de veces que me ha sacado los vasos y las tazas y me ha hecho un «cafelito» con agua y me ha servido comidas inventadas por él (¡benditos platos y vasos de plásticos del Ikea!)

Una de las cosas que intento inculcarle es que la imaginación suya es su mejor juguete, el más valioso y el que no se puede comprar.

Un día repasamos él y yo la de cosas que sabe hacer sin necesitar juguetes comprados: jugar a las espadas con palos, hacer catalejos con los tubos de cartón, lanzar y colar piedras en un agujero en el suelo, hacer carreras por las aceras y que las alcantarillas sean «casa», lanzar hojas por la fuente y ver cómo van acequia abajo, coger naranjas y tirarlas en el río, su padre y él compiten a ver qué naranja llega antes a tal o cual sitio. Hacen cabañas en casa, con mantas y cojines que se ponen entre sillas. O un teatro de sombras chinescas, con una caja de zapatos, papel cebolla blanco y una linterna. Hasta las siluetas de cartón tiene recortadas para escenificar el cuento del «El Gato Tragón».

Yo sigo intentado que sus juegos me incluyan a mí. Y rebusco en lo que aprendí de pequeña, que tantas y tantas horas pasaba en la calle, quiero enseñar a mi niño a jugar a la rayuela, a la pelota, a un, dos, tres, pollito inglés (que le encanta), al veo veo (es lo nuevo en los viajes) a la gallinita ciega, a los disfraces o a las tiendas con las cosas del mueble de la cocina (siempre cuestan 50 euros). Para la comba aun es pequeño, pero eso sí que me gustaba, tanto yo sola como la cuerda movida por dos, ¡la de canciones que me sabía para saltar! Carlos primero de España y quito de Alemaniaaaaaa. Jugar uno enfrente del otro con las palmas: María cuchíbrica se cortó un débrico con la cuchíbrica del zapatébrico…Y el elástico, cada número era un salto diferente. Me tendría que poner a repasar con mi hermana, una verdadera experta.

Otros juegos: el escondite (¡cómo me gustaba jugar al escondite de noche o en las casas de mis amigas!), piedra papel tijera, a tirar un cuchillo de esos que no cortan en el barro y se tenía que quedar clavado un número determinado de veces para ganar, al corro de la patata, al pilla pilla, a los chinos, otra gran pasión mía. Los hacía con piedritas o con huesos de albaricoque. ¿Os acordáis? Se ponían en la parte de arriba de la mano, primero uno, luego dos…, y había que lanzarlos al aire coger el que estaba en la mesa y luego recoger los que se habían lanzado ¡sin que se cayera ninguno!

Lógicamente tiene sus juguetes. Y poco a poco también va aprendiendo a jugar sólo y montarse su propio mundo. Pero sigue prefiriendo estar con su madre o su padre. Con el puzzle que le compré para su cumple con un mapamundi y los animales de los cinco continentes. En realidad lo que le gusta es jugar al frío-caliente cuando busca las piezas y, cuando coge la correcta le digo «¡te quemaste!». ¿Dónde está el juguete entonces?, ¿en la caja? Creo que no. Lo de la caja es una excusa para jugar los dos juntos.

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