Nuestros hijos van creciendo. A medida que lo hacen, cambian los retos. Es más sencillo relacionarse con ellos en algún nivel, pero también a veces es más difícil conseguir que nuestro modo de enfrentarnos con las situaciones complicadas no se vea empañado por nuestros prejuicios, por nuestras experiencias previas. Por la urgencia de que ese niño que ha crecido responda como un adulto. A veces, sin querer, somos impacientes, exigentes, incluso poco respetuosos. Muchas veces nos dirigimos a ellos enfadados «por si acaso». Y si la cosa se tuerce, la cólera hace presa de nosotros desembocando en situaciones que nos hacen avergonzarnos de nuestro propio descontrol.
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Si lo que buscas es algun tipo de solución, hay un libro, Cómo hablar para que sus hijos escuchen (Ed. Medici, Adele Faber, Eleine Mazlish), en el que puedes encontrar muchas respuestas:
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¡Suerte con el monstruo!