El espíritu lúdico en la enseñanza


Este documento incluye varias ponencias de una mesa redonda de enseñantes. He seleccionado solo algunos fragmentos de la primera ponencia. Os animo a leerlas todas, no os decepcionará.

Fuente:http://www.mec.es/sgci/br/es/publicaciones/mesared.pdf

Por actitud global entiendo la actitud personal que el docente lleva a su clase, ya que no puede dejar de ser quien es cuando cruza el umbral del recinto donde trabaja. En mi opinión, una de las claves del llamado éxito de un@ enseñante tiene que ver con que sea fiel a sí mism@ antes que a una metodología o un enfoque que, como sabemos, dependen de modas y de otros intereses. Por eso defiendo que la formación permanente no está sujeta sólo a la asistencia a cursos, aunque son imprescindibles. Para mí, la riqueza que cada un@ acumule como persona, se verá reflejada en sus clases. Por eso quisiera volver a las sabias palabras y propuestas de Gianni
Rodari (1977:202) cuando habla de lo que l@s maestr@s deben hacer para desarrollar mejor su trabajo: «Por lo menos una cosa he aprendido: que cuando se tiene algo que ver con los niños y se quiere entender lo que hacen y lo que dicen, la pedagogía no basta y la psicología no llega a ofrecer una representación total de sus manifestaciones, es necesario estudiar otras cosas, apropiarse de otros instrumentos de análisis y de medida. Hacerlo como autodidacta no estropea a nadie. Al contrario».

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Siempre hablamos de la motivación de nuestros alumnos. ¿Y si nos aplicáramos los mismos principios a nosotros mismos? Para ello nos puede servir este resumen de un artículo de Javier Marías, incluido en Español sin fronteras. Es ya un viejo amigo que me ha acompañado por el mundo. Me parece que es lo bastante claro para mostrar que, a pesar de la falta de motivación externa, un docente debe buscar dentro de sí las razones para mantener el espíritu lúdico en sus clases:

Es esta una época en que los docentes gozan cada vez de menos libertad, apabullados por normas, controles y pedanterías. Y así se les permite siempre menos el uso de la imaginación. Habrá quienes se sientan felices por ello. En todo oficio hay gente rutinaria y perezosa, gente que sólo busca la seguridad y jamás la aventura; la reiteración y jamás el riesgo. Tengo para mí que ese entusiasmo y esa imaginación son especialmente necesarios en la enseñanza. No ayudan los tiempos que poco alientan y recompensan a los docentes en lo político, lo económico y social. Pero, aún así, el primer precepto de un profesor para consigo mismo ha de ser: YO ME DIVERTIRÉ.
Eso creo y esa fue mi divisa durante los pocos años en que di clases. Si algo me consta, es que si me divertía yo, los alumnos se divertían también, se intrigaban, se preguntaban, se paraban a pensar. Y creo que eso es lo fundamental: enseñar a pensar, a preguntarse, a intrigarse. Y eso sólo puede lograrse con la diversión, con la alegría del que conduce ese pensamiento, ese interés, esa intriga. Usted y otros profesores fueron magistrales en eso. Fueron imaginativos y alegres, arriesgados y sorprendidos, irónicos y, en general, risueños. Y sé por eso que un mundo en el que tras una mesa o ante una pizarra no hubiera profesores como los que vi, sería un mundo mucho más triste, menos atractivo, mucho más bobo que el que me tocó descubrir. Y, como lo que hacen los maestros y los profesores es configurar personas, confío en que, por el bien de todos, jamás falten docentes con ese lema y que sigan el ejemplo que usted nos dio: YO ME DIVERTIRÉ.

(Adaptado de El Semanal, 27 de junio de 1999 para el Cuaderno de ejercicios de ESF3, p. 75)

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José Antonio Marina y Marisa López Penas en su libro Diccionario de los sentimientos dedican un capítulo al aburrimiento y otro a la alegría. Empecemos por el primero. Recojo aquí algunas de sus ideas que pueden servirnos para esa actitud global  que debemos llevar a la clase si perseguimos la creatividad y el espíritu lúdico.
Citan a Agnes Heller (1980:53), la cual dice: «Siempre que predominan la actividad y el pensamiento repetitivos, aparece, como característica social, la «sed de experiencias»»; ellos añaden: «Los seres humanos parecen volverse peligrosos cuando están aburridos» (1999:210). Todos sabemos, por haberlo experimentado, lo paralizante que es esa sensación, y depende de la fuerza de cada uno lo que seríamos capaces de hacer para salir de ella.
Si nuestra clase está aburrida ya antes de empezar, buscará esas experiencias de las que habla Heller, que pueden ir desde el clásico ratón en el cajón de la mesa del profe o la profe, hasta las crueldades que nos han mostrado las películas estadounidenses. De este libro resulta especialmente interesante el capítulo dedicado a la relación entre el aburrimiento, la pereza y la inacción.

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De los poderes «curativos» de la alegría

Santo Tomás de Aquino escribió: «El hombre no puede vivir sin algún placer». Parece que si no conseguimos que en nuestra vida entre la alegría, la satisfacción dejaremos de vivir en términos humanos. Cuando estamos alegres, sin preguntarnos de momento por qué, nos damos cuenta de que la realidad se transforma, se llena de colores, la alegría nos vuelve activos, nos da energías. Si como hacen Marina y López, vamos a la etimología de la palabra, descubrimos que en latín vulgar alacer significaba «algo vivo o animado».
Por tanto, si pretendemos salir nosotros y sacar a nuestra clase de cualquiera de los aburrimientos que antes hemos citado, pongámonos como objetivo, como meta la alegría, es decir la viveza, la animación, ojo que no me estoy refiriendo a hacer el payaso para que todo el mundo se ría. Hace ya algún tiempo publiqué algo relacionado con lo que acabo de decir (1998:190-191):
Para conseguir esa alegría podemos valernos de algo que, en mi opinión, es fundamental: el espíritu lúdico.
El espíritu lúdico es una actitud general que debe estar presente e impregnar las actividades de la clase, ya que sirve para crear un clima de complicidad, en el que el error es un elemento más que no coarta y por ello el alumno se siente desinhibido para expresarse y para dar rienda suelta a su capacidad creativa, sin perder de vista que puede hacerse más consciente de la regla que está practicando o del vocabulario que necesita para expresarse.
(…) Aunque todos estamos de acuerdo en que los juegos o lo lúdico son útiles por las razones arriba indicadas, lo cierto es que en las clases se usan para distender el ambiente, para rellenar huecos o para remotivar a los alumnos sobrecargados de información. No se les concede demasiada atención por considerar que, en el fondo, son una pérdida de tiempo.
Sin embargo, yo quiero defender la utilidad de lo lúdico, no sólo como algo concreto, sino como una forma de aprender, como una forma de estar en la clase. Es un espíritu que debe acompañarnos a lo largo de la tarea diaria, porque, como ya he apuntado, cuando se juega, los errores o «fracasos» parecen menos graves, uno se siente menos «culpable», porque jugando se puede ganar o perder.

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Además, debemos:
* luchar contra costumbres adquiridas;
* no temer perder el control;
*despertar los sentidos;
*volver a aprender a jugar;
*renovar nuestros horizontes;
*variar nuestras fuentes de información;
*tomar notas de lo que se nos ocurre;
*admitir que no hay nada evidente y hacernos constantemente preguntas.

¿Creen que necesitamos más argumentos para incluir el espíritu lúdico en clase?